martes, 9 de octubre de 2012

Se han fugado mis lágrimas.

Recuerda todos aquellos momentos que fueron suyos. De ellos, de los dos. Cuántas veces se le pasó por la cabeza la palabra amor, cuántas veces no pudo evitar gritarle un te quiero en silencio. Cuánto dolor se le juntó en el estómago aquel día. Aquellos días. Aquellos meses. Fueron infinitas las lágrimas que pudieron vaciar sus ojos, fueron infinitos los desprecios al espejo. Fueron muchas horas de silencio, de evitar pensar. Pudo sentir el vacío como un dolor que llegó a ser físico. Se le hizo añicos el corazón, nunca había imaginado cuan frágil era el corazón humano, con qué facilidad podían llegar a destrozar un mundo. Es cierto que siempre tuvo claro que si tenía que morir sería de amor; no sería por un capricho del azar, no sería algo material. Siempre supo que el amor movería su vida, que sería capaz de dejarlo todo por algo que jamás fue seguro y jamás lo será. Quedó tan destruida que llegó a pensar que estaba muerta por dentro, que cada suspiro era un día menos en su calendario, pero llegó el día en que se miró al espejo y se vio distinta. Resurgió de sus cenizas cual ave fénix al sonreírse a sí misma.

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