lunes, 20 de abril de 2015

Withered.

   Comienzo por el principio.

   Hoy, 21 de Abril, justo hace un año, estaba echando mi vida a perder. Por primera vez en mi vida fui débil y me rendí de mí. Dejé de lado todo lo que era, dejé de leer, de escribir, e incluso de sentir. Olvidé todo lo que era importante.

   Mentira.

   No lo olvidé. Lo dejé estar, apartado y escondido, casi como si no existiera.

   Caí en un bucle. No hacía más que intentar olvidar toda mi existencia, cada motivo de preocupación, cada insignificante circunstancia que pretendiese hacerme pensar. Me negué a mí misma que había algo más allá de -. Mi día a día jugaba a ser un no parar de ilegalidad directa a mis pulmones, un permanente estado de inutilidad, de ingravidez mental. Sin embargo, llegaba la noche. Y yo no hacía más que colarme entre las sábanas y notar como las paredes se hacían más y más pequeñas hasta asfixiarme. Cuántas torturas psicológicas habrá soportado aquella almohada. Era tan jodidamente consciente de lo mal que lo estaba haciendo, de lo mal que podía acabar todo aquello...                                                        Y me era tan indiferente. Hice tanto -demasiado- daño a personas tan importantes para mí que me siento ruin, despreciable e incluso indigna.

   Qué cobarde. Me veo ahora, con perspectiva, y qué cobarde. Pero qué necesario. Tenía que ocurrir, tenía que caer de lleno a aquel precipicio, aquel averno de frustraciones. Debía aprender lo que es estar tan abajo, perdida en medio de toda aquella inmensidad. 

   Qué cobarde. Y qué irreverentemente afortunada. Hicieron tanto -tantísimo- por salvarme.

   Ahora me asombra comprobar las consecuencias. Me miro y veo toda la capacidad que he perdido de sentir. He llegado a sentir hasta rabiar, como una loca, casi como una enfermedad. Sentir, sentir, sentir. Y me es tan difícil. Hasta hace poco más de un año me revolvían las tripas los sentimientos. Si mirabas bien los poros de mi piel podías saber lo que sentían mis venas, porque lo desbordaba. Es tan complicado llorar -ya sea de felicidad infinita o no-. Llevo más de un año sin llevarlo todo a extremos. No hay felicidad extrema, no hay pena extrema, ni si quiera hay amor extremo, para nadie. Me he apagado. Todas aquellas jodidas decisiones que tomé me han apagado, y al encenderme ya no es como antes. No soy.

   Me he jodido pero bien.

   De alguna forma hoy soy capaz de verlo. Tengo la oportunidad de arrepentirme el resto de mi vida. Tengo la posibilidad de no ahogarme (más aún). Quiero volar. Y recuperarme, todo lo que pueda, aunque no lo consiga del todo.

   Todo, absolutamente todo, va a ser mejor que volver a aquello.

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